Patrimonio Industrial nacional e internacional

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lunes, 30 de abril de 2012

El trigo y los molinos. Artículo

Artículo de José de Mier Guerra.

U no de los grandes problemas que tuvo Chiclana, posiblemente desde su creación y hasta casi el siglo XX, fue el de encontrar la forma de abastecer de algo tan fundamental entonces como eran el trigo y la harina, con los que producir el pan suficiente para las necesidades de una población que crecía y crecía.
Tal vez la mayor de las obligaciones del Concejo municipal era garantizar el abastecimiento de la población y para ello la Institución municipal siempre intentó controlar el movimiento de los productos alimenticios, si bien fue el trigo el que más quebraderos de cabeza fue dando a todos los empleados públicos debido a su dificultad para conseguirlo en las cantidades necesarias.

La falta de pan originaba grandes revueltas y "alborotos" entre la población. Para garantizar el consumo de harina, a diario, se crearon los "Pósitos", que eran instituciones municipales destinadas a hacer acopio de trigo en la época de cosechas y distribuirlos durante el año entre los vecinos y labradores a precios tasados y módicos. Nuestro problema fue siempre que no se cosechaba, en el término municipal, suficiente grano para las necesidades de la población. Nunca hubo suficiente suelo dedicado a la producción de cereales, además de escaso suelo, éste solía ser de baja calidad y por consiguiente de poca rentabilidad y producción. Los sistemas de trabajo en el campo eran muy rudimentarios y muchos años las condiciones meteorológicas adversas esquilmaban las cosechas. El resultado de esta problemática es que siempre nos fue necesario "importar" una gran parte del trigo necesario para el consumo del alimento fundamental que era el pan.

El transporte por caminos desde el interior de zonas de producción de cereales hasta Chiclana era algo más que una aventura, por lo que nos suministrábamos de "trigo de la mar". Lo mismo que fuimos llevando a la población gaditana nuestras verduras, fruta, vinos, aceite y leche, teníamos la necesidad de comprar en Cádiz y traernos a través del río con falúas importantes cantidades de trigo. Nuestra cercanía con el puerto de Cádiz y las posibilidades de este transporte fluvial también facilitó el que la burguesía gaditana almacenara en sus fincas de Chiclana grandes cantidades de cereales para ir suministrando durante el año o especulando en épocas de escasez, tanto a la población gaditana como a las embarcaciones. De estos almacenes también hizo uso en muchas ocasiones la ciudad.

La molienda de estos trigos para obtener harina también significó una gran preocupación. Chiclana llegó a tener hasta tres "molinos de marea", también llamados "molinos de aguaje"; estos molinos fueron el de "bartibás", que utilizaba el agua del caño del que lleva su nombre, el de "Hormaza" o "Almansa", que utilizaba las aguas del Carrajolilla; y el de "Santa Cruz", que se surtía del río Lirio o Iro. Estos molinos, interesantes obras hidráulicas, utilizaban para mover la piedra de la molienda, la energía potencial que proporcionaban las mareas con su diferencia de altitud, entre la pleamar y bajamar. Por lo que tan solo podían trabajar durante seis horas en los ciclos de marea, es decir con la "vaciante", solo con mareas bajas una vez llenado el embalse en pleamar. Los días de "mareas muertas", de poco "aguaje", cuando la diferencia entre pleamar y bajamar se hace pequeña, aun son menos las horas en las que puede prestar servicio. Además de estos molinos, en Chiclana existió al menos un molino de viento, en el "Cerro de la horca" y algunas "atahonas" que eran pequeñas instalaciones de molienda donde la piedra era movida por caballerías. A pesar de estas instalaciones, siempre fue necesario utilizar molinos de viento en Vejer y Arcos, con el encarecimiento que suponía por el tiempo y el difícil transporte.

Todo este alocado panorama de necesidades, controles, fiscalizaciones, transportes e intervención de muchas personas también daba pie a infinidad de negocios muy especulativos y de pingües beneficios de un amplio mercado negro.

La segunda mitad del siglo XX, con el avance de la industria harinera, las comunicaciones y las facilidades de transporte acabaron en 50 años con lo que había sido un problema en más de 500. Hoy es posible que estemos comiendo pan en Chiclana procedente de trigo de Australia o Nueva Zelanda y que en Libia o en Angola consuman sémola fabricada en Cádiz, con trigos duros andaluces.
Diario de Cádiz

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