Patrimonio Industrial nacional e internacional

PATRIMONIO INDUSTRIAL - INDUSTRIAL HERITAGE - PATRIMOINE INDUSTRIEL

viernes, 21 de octubre de 2011

Un pueblo sin iglesia. Artículo.

Artículo de Rosario Sánchez  sobre Vegamediana, del Valle de Sabero. Artículo muy emotivo, me ha gustado mucho por eso he decidido transcribirlo para que lo leáis, os lo recomiendo.


Mi Infancia son recuerdos’ de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero” (Antonio Machado)
Estos eternos versos de Machado trasladan a cualquier lector a la nostalgia, a su propia infancia y habrá recordado, seguramente idealizado, la sencillez de ese tiempo en el que todo parece suceder a la sombra de un árbol, en un huerto claro.
Quien siga leyendo estas líneas, quien haya tenido su infancia en el valle de Sabero, se preguntará donde madurarían los limoneros en Vegamediana. Pues buceando en la historia de este poblado minero ya desaparecido, viajando a la memoria de las gentes que lo poblaron, he encontrado personas que suscriben la metáfora machadiana, que recuerdan su vida allí con nostalgia.
Vegamediana -como casi todo en nuestro valle- nació, creció, y se desarrolló al amparo de ‘La empresa’, con mayúsculas y en negrita.
No pretendo una mirada hacia la historia oficial, a las fechas y datos, a teorías sobre la industrialización. Eso ya está dicho, ya está escrito. Incluso ya está olvidado. Lo que quiero contar es lo que muchas gentes de este valle aún hoy sentimos cuando viajando por la carretera de Riaño a Cistierna se adivinan en el horizonte las ruinas de hornos, chimeneas y demás edificaciones; nos golpean los recuerdos de una importante y todavía reciente actividad industrial.
Quisiera escribir de un recuerdo personal, de algo que muchos ya han olvidado o nunca han conocido: Aquel pequeño núcleo urbano entre la Peña y el río Esla, otro fruto de la actividad industrial, un lugar que desde finales del siglo XIX prolongó su existencia hasta los años 60 del pasado siglo XX. Existía allí un pequeño núcleo rural, un lugar tranquilo habitado por unas pocas familias. Pero la fiebre del carbón, la llamada de mano de obra para HSA, atrae hasta este tranquilo rincón a trabajadores solitarios o con sus familias. No hay casas suficientes para alojarlos a todos y como ‘la empresa’ necesita mano de obra acomete la construcción de viviendas para los nuevos obreros. Así nacieron barrios enteros por el valle, así nació Vegamediana.
Era otro pueblo más, otro poblado minero que vivía mirando a la plaza y la fuente, a donde había que ir a buscar el agua. Allí fue creciendo una batería de 16 cuarteles con tres habitaciones y cocina que se abrían al corredor de madera. En la Plaza compartían edificio la escuela en la planta alta y el economato laboral; en el barrio de abajo, una casa que, por su arquitectura marcadamente diferente a los pabellones, debió de estar pensada para los trabajadores de más categoría; y otras tres viviendas más, en una ellas funcionó unpequeño telar de alfombras. A la orilla del río, junto a los restos del viejo molino, la cantina.
No murió su pasado rural y para recordarlo tenía una zona de pequeños huertos, desde ‘la Guada’ hasta los pabellones, porque no podemos olvidar que Vega Mediana y Vega Barrio eran ‘vegas’ de Sabero; vegas en las que se cultivaba sobre todo cereal, incluso por la propia empresa minera y para su beneficio cuando ya el ferrocarril unía las minas con Cistierna.
A Sabero se llegaba por el ‘camino viejo’ o camino Real pues el tren era únicamente para transportar carbón. Para llegar a Cistierna se bajaba también por el camino Real o cruzando el Puente Hierro, poniendo mucho cuidado de que no pasara la máquina.
En el recuerdo de sus vecinos están los barqueros, los patronos de aquella barca que cruzaba el Esla de Vegamediana a Siete Picos, sustituida después por el ‘puente colgante de Silviano’ y también, mucho antes, por un Zeppelin que cruzaba el río un poco más abajo para salir al viejo calero. Completaba la estampa del nuevo poblado un grupo de viviendas familiares un barracón para alojar a unos 90 obreros de la mina. Era el llamado ‘comedor de los gallegos’, atendido por mujeres, también trabajadoras de Hulleras de Sabero, la empresa.
La vida cotidiana no debió ser fácil en un lugar polvoriento, azotado por los rigores climáticos, escasamente comunicado y en el centro de una incesante actividad laboral. Las necesidades económicas de aquellas familias obligaron a muchas de ellas a dar fonda a los ‘peones’, hombres generalmente muy jóvenes que por poco dinero encontraban una cama, ropa limpia y comida caliente al regresar del trabajo. Algunos eran tan jóvenes que la única madre que recordarían sería aquella mujer que, acuciada por la necesidad, les había hecho un hueco en una casa ya de por si pequeña para familias muy numerosas.
Imagen del artículo
Eran hombres venidos de los pueblos de la montaña o la ribera, leoneses de otras comarcas, pero también andaluces, gallegos y zamoranos que terminaron siendo tan de aquí como lo son sus mujeres y sus hijos; mas tarde empezarían a llegar (algunos también para quedarse) portugueses y caboverdianos.
El poblada minero se despertaba con el sonido inconfundible del ‘pito’, la sirena que marcaba el horario laboral y que era la misma que sonaba a destiempo cuando ocurría un accidente.
Las mujeres del valle, las olvidadas, enviaban a sus niños y niñas a la escuela, había que aprender a leer, a escribir, a rezar, las cuatro reglas y, en el caso de las niñas’, también a tejer. Niñosque mantienen vivo el recuerdo de sus maestras. Niños que se iban a la escuela y mujeres que continuaban con sus afanes en la casa y en el huerto, con sus idas y venidas a Sabero o Cistierna, con sus charlas a la puerta del economato o en la cantina, donde no sólo se iba a beber. Allí se podía también comprar un poco de todo, aquel era un lugar de encuentro para mucha gente de paso que encontraba allí un sitio donde relacionarse al salir del trabajo
Los jóvenes disfrutaban cuando la señora Socorro, que tenía una gramola, les invitaba a su casa, desde Cistierna subían los mozos a cortejar.
Los mayores a la hila, reunidos en una casa u otra, unas veces para rezar, otras para jugar a las cartas, muchas veces solamente a ‘estar’ y un día en el poblado -por iniciativa del señor Izaguirre- empezó a celebrarse una fiesta, era el último domingo de agosto festividad de Santa Rosa de Lima. La fiesta mayor con la misa en la escuela, cucaña en la Guada, bolos y verbena en la Plaza, amenizada por los músicos de Colle.
He hablado con muchas personas, la mayoría mujeres que nacieron o vivieron allí. He abierto el desván de sus recuerdos y gracias a su buena memoria y a su amabilidad he descubierto que son todavía muchas las familias que tanto en Sabero como en Cistierna (y quien sabe en cuantos lugares más) tienen sus orígenes en un poblado minero que, sin embargo, nunca fue pueblo porque le faltó una Iglesia.
La Crónica

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